En su visita al Hospital de San Juan de Dios de Madrid, el 6 de febrero de 1844, se le abren los ojos al conocer a la chica del chal. Un encuentro que santa Micaela narra detalladamente en su autobiografía. Ella nos cuenta: “esta historia y otras muchas… de aquí nació mi primera inspiración de poner una casa…”. Con ella dará comienzo esta gran aventura que emprende Micaela en favor de las mujeres en contextos de prostitución.

En el año 1847, al poco tiempo de llegar a París, durante los Ejercicios Espirituales, recibe una gracia mística el día de Pentecostés. A partir de ese momento, su vida cambiará radicalmente, entrando por los caminos de la oración mística eucarística y la entrega a la caridad.

El 12 de octubre de 1850, coherente y generosa a la llamada del Señor que escucha en las palabras “a ti quiero yo en mi obra”, deja las comodidades de su casa para irse a vivir con las mujeres. Se compromete y decide servir al Señor “como Él quería”. Sólo el amor le sostiene, pues con Él nada temía y “…sentía valor y fuerza para todo”, de la oración sacaba fuerzas y una gran confianza en Dios.