Desde Argentina ofrecemos esta reflexión para el Viernes Santo 2022 realizada por Pablo Ivires, laico de la Familia Adoratriz.
“Miremos cada día sus llagas. En esos agujeros reconocemos nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado. Sus llagas están abiertas por nosotros y en esas heridas hemos sido sanados” (Papa Francisco)
Cuando nos enfrentamos a la cruz, que es el centro de la celebración del Viernes Santo, muchas veces olvidamos su verdadero significado. No es sólo recordar, no es sólo hacer un desagravio ante tanta corrupción y tanto pecado; es la acentuación y profundización de la comunión con Jesús y nuestros hermanos y hermanas, allí se resume el sentido mismo de la Eucaristía: servicio y misión.
El Señor quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía, Jesús lo dijo “deseo ardientemente comer esta Pascua con vosotros” y así nos lo enseña nuestra madre, Sta. María Micaela, cuando intuye tan acertadamente que “el mundo es un sagrario”, pero esa celebración pascual no está exenta de la cruz. Sólo pasando por el sentido redentor de la cruz podremos convertimos en sagrario del Señor y podremos ver a nuestro Señor en aquellas a las que hemos sido enviados. Llevamos al Señor con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros y con Él nos hallamos cuando nos encontramos con ellas, que están crucificadas en una realidad que las esclaviza, la denigra y les intenta quitar su dignidad. Pero también ellas nos encuentran crucificados en nuestra realidad, también somos pecadores necesitados de redención.
Hijos necesitados del mismo Padre amoroso que muchas veces nos negamos a aceptar que somos débiles, sin comprender que para poder predicar misericordia primero debemos experimentarla dejándonos reconciliar con Dios; Él nos lo ruega cuando por boca del profeta Jeremías dice: “Si tú quisieras volver, oh Israel, dice el Señor, si quisieras volver a mí, si alejaras de mi vista tus sucios ídolos, ya no tendrás más que esconderte de mí.” En la cruz aprendemos eso, el amor de Dios Misericordioso que se hace misericordia concreta en nuestras vidas. Santa Micaela lo expresa mejor “… lo vi tan grande, tan poderoso, tan bueno, tan amante, tan misericordioso, que resolví no servir más que a un Señor que todo lo reúne para llenar mi corazón.”
Y así nos lo recordó el Papa Francisco en este Domingo de Ramos: “…compasión y misericordia para todos, porque Dios ve en cada uno a un hijo. No nos separa en buenos y malos, en amigos y enemigos. Somos nosotros los que lo hacemos, haciéndolo sufrir. Para Él todos somos hijos amados, que desea abrazar y perdonar. Y también vemos que sucede lo mismo en la invitación al banquete de bodas de su hijo. Aquel señor manda a sus criados a los cruces de los caminos y les dice: “Traigan a todos, blancos, negros, buenos y malos; a todos, sanos, enfermos; a todos…” (cf Mt 22,9-10). El amor de Jesús es para todos, en esto no hay privilegios. Es para todos. El privilegio de cada uno de nosotros es ser amado y perdonado.” Esa clave la descubre Micaela cuando adorando a Jesús Eucaristía siente que debe salir al encuentro de las mujeres y, estando con ellas tiene la certeza que en ellas ama y adora a Jesús. Así, desde la cruz del viernes santo, donde nos encontramos todos, podremos descubrir cómo el mundo es un Sagrario.
Alabado sea el Santísimo Sacramento.
Pablo Ivires